miércoles, 3 de diciembre de 2014

"Me juré que no mezclaría aquellos dos mundos que se empezaban a destacar tan claramente en mi vida"


"...sin fiebre y confusa, como si realmente hubiera descubierto algún oscuro secreto."

Comentario a la novela "Nada", de Carmen Laforet, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. 

Recordaréis que, la semana pasada, Andrea llegó hasta su "inesperada tristeza" y  me preguntaba si yo veía claro el motivo. Y quedamos para tomarnos "otro té, con algo dulce, por supuesto". 

Acudo a la cita, con el ordenador y "Nada". No hay mucha gente en la cafetería, espero que mi invitada pase por aquí , aunque yo no la vea. Pido dos tés con leche y un "muffin", a falta de bizcocho.

Me siento, tomo mi té, se va a quedar frío, y me sumerjo en la lectura. Andrea sigue sin aparecer. 

Me saluda mi  amiga Conchi, administradora de un blog  de los que siempre gusta visitar. Vive en mi ciudad y, en ocasiones, hablamos de libros entre árboles. Me dice que reconoció el lugar, donde quedo con Andrea, por el bizcocho de nueces y  la lechera de cristal. Le gusta porque está rodeado de árboles y las cristaleras permiten que entre la luz del día. En su opinión, se parecería al Edén si se olvidaran, de vez en cuando, de poner la música. 

Hablamos de la protagonista de "Nada" y algunas de sus sensaciones que coinciden con  los pensamientos que, a veces, en estos días de otoño raro, se cuelan en su mente. 



Le pido que se quede conmigo a merendar y la esperaremos juntas; pero no dispone de tiempo por obligaciones familiares. Antes de irse, me dice: "mira, me parece que nuestra amiga Andrea ya ha estado aquí".


Como la última vez, el ordenador está encendido, no queda rastro de té, ni de leche, ni del "muffin". Bueno, sí, unas migas. ¿Qué ha pasado? ¿Otra vez ha estado aquí Andrea sin que yo pueda verla? ¡Esta vez éramos dos y no la hemos visto! ¿Me lo he tomado todo yo sin darme cuenta?


Abro el ordenador y encuentro esta carta de Andrea, en una entrada borrador de Blogger. Me tomo la libertad de añadir algún comentario mío, usando el color azul. Pongo en cursiva lo que me dejó escrito ella. Así me queda algo parecido a un diálogo.

-Mi apreciada lectora:

Disculpe que no me dirigiera a ustedes en la cafetería, ya sabe que no nos está permitido a los personajes tomarnos esas libertades con los lectores. De todas maneras le agradezco su invitación. El dulce estaba delicioso. Recuerdos a su amiga, también buena lectora.


Me he tomado la libertad de escribir aquí, donde usted ha colocado el título: 
"Me juré que no mezclaría aquellos dos mundos que se empezaban a destacar tan claramente en mi vida".  Respecto a mis dos mundos, le digo que:

-Estuve enferma y nunca supe el origen de aquellas fiebres, no hubo médico.

-Tal vez fueron tus zapatos tan gastados y mojados, como señaló agriamente tu tía Angustias. Delirabas con lucidez. 

 - Yo sentía el olor a ropa negra de la criada afilando un cuchillo.

-¿Cómo es el olor a ropa negra, Andrea?

-A la abuelita joven, vestida de seda azul , junto al mar. 

-Azul y azul. La viejecilla de negro.

-A Gloria que lloraba sobre el hombro de Juan que acariciaba sus cabellos. Una luz desconocida enternecía los ojos extraviados de Juan. 

-Porque no era Juan.

 -Lo supe la última tarde de fiebres, cuando Román fue a verme. Le pedí que tocara al piano alguna composición suya. Sonó una música alegre, como un resurgir de primavera, era la "canción de Xochipilli", dios azteca de los juegos, de las flores.

- También de las ofrendas de corazones humanos, Andrea.



-Un dios terrible. Aquella noche, en mis sueños, se repitió la obsesión de Gloria llorando sobre Juan. Y Juan sufrió una curiosa metamorfosis: era el enorme y oscuro dios Xochipilli y la cara de Gloria revivía y sonreía.

-Sí,  porque el dios era Román. 

-Se abrazaban en un campo de lirios morados. 

-Morado, color de sufrimiento. ¿O de felicidad? ¿Qué había en realidad entre Gloria y Román que parecían odiarse tanto? ¿Por qué sonreía Gloria?

-"Me desperté sin fiebre y confusa, como si realmente hubiera descubierto algún oscuro secreto". Las fiebres "pasaron como una ventolera dolorosa", barriendo las nubes negras de mi espíritu. Me levanté y "tuve la impresión de que al tirar la manta hacia los pies quitaba también de sobre mí aquel ambiente opresivo que me anulaba desde mi llegada a la casa".

-Las nubes negras te impedían ver. 


-La tía Angustias,  a la vista de mis zapatos destrozados, me previno contra mi costumbre de callejear, como una criada, un golfo o un perro vagabundo. Le inquietaba que hubiera bajado por el barrio chino, un lugar donde una señorita perdería su reputación. Le pregunté el porqué, me miró furiosa y sentenció: "Perdidas, ladrones y el brillo del demonio, eso hay". Y yo "me imaginé al barrio chino iluminado por una chispa de belleza".



La tía y yo no íbamos a entendernos. Tras esa conversación, "me vi entrar en una vida nueva, en la que dispondría libremente de mis horas y sonreí a Angustias con sorna"

-Has crecido. La tía Angustias, era Angustias, nada más, pronto sabrás de sus secretos. 

-Volví a mis clases, "me parecía fermentar interiormente". "Me encontré siendo expansiva, anudando amistades". No me costó relacionarme con un grupo de compañeros y compañeras. Me llevaba a ellos "un instinto de defensa", necesitaba un apoyo "contra el mundo un poco fantasmal de las personas maduras". 

-Los jóvenes se unen para defenderse de los fantasmas que creamos los maduros, es verdad. Y pronto aprendiste que con los muchachos era imposible el tono misterioso de las confidencias, que "el encanto de desmenuzar el alma"...eso es lo que nos gusta a las mujeres.



-Me sentía "descentrada y contenta al mismo tiempo", cuando participaba en un "cúmulo de discusiones sobre problemas generales en los que no había soñado antes siquiera".

- ¿De política? Tal vez, eso no pudo escribirlo Carmen Laforet. Eran años difíciles.

-Pons, el más joven, me preguntó como podía vivir antes, siempre huyendo de hablar con la gente. Al parecer, yo les resultaba cómica y  "Ena se reía de mí, con mucha gracia, le parecía ridícula". ¿Qué me pasaba?  Me encogí de hombros, un poco dolida porque Ena era mi preferida.

Gusto compartido con muchos. Ena presidía las conversaciones, con malicia e inteligencia. Si yo había sido el blanco de sus burlas, estaba segura de haber sido "el hazmerreír de todos". "La miré desde lejos con cierto rencor". "Ena tenía una agradable y sensual cara en la que relucían unos ojos terribles". 

-Un fascinante contraste. Sí,  habías caído en el hechizo de sus ojos verdosos. 



-Ena me vio hablando con Pons y "vino a buscarme atravesando los grupos bulliciosos que esperaban en el Patio de Letras la hora de la clase". Le pidió que nos dejara solas. Sonrojada y de buen humor, me dijo que con Pons había que tener cuidado. 

-Y tú que, unos minutos antes, te sentías herida por sus burlas, ahora estabas "ganada por su profunda simpatía". 

-Me gustaba pasear con ella por los claustros de piedra de la Universidad y escuchar su charla. 

-Disculpa, Andrea, por salirme del tema. Pero...qué edificio más bello el de la Universidad de Barcelona, del que tú no nos dices nada. La reja, los claustros de piedra y una clase con bancos, nada más. 



-Pensaba que "algún día yo habría de contarle aquella vida oscura de mi casa, que en el momento en que pasaba a ser tema de discusión, empezaba a aparecer ante mis ojos cargada de romanticismo". A Ena le interesaría mucho y entendería mejor que yo mis problemas. No le había dicho nada de mi vida, me había hecho amiga suya por ese deseo de hablar que me había entrado. Pero me resultaba difícil hablar y fantasear; prefería escuchar, con una sensación "como de espera"

-¿Cargarse de romanticismo la vida oscura? Las palabras poseen tal poder. 

-No podía imaginar que "la agridulce tensión" iba a terminarse. Porque Ena había averiguado sobre un violinista que llevaba mi mismo segundo apellido, vivía en la calle Aribau y se llamaba Román. Tuve que reconocer que era mi tío, tocaba el violín, sí, pero no sabía que era músico. Me sentía excitada y defraudada a la vez.

-Ahora que Ena te da pie para hablar de tu casa, no puedes.

-Nos quedamos calladas. Ya no podría comentar con mi amiga el mundo de la calle Aribau. "Pensé que me iba a ser terriblemente penoso llevar a Ena delante de Román, -"un violinista célebre"-, y presenciar la desilusión y la burla de sus ojos ante el aspecto descuidado de aquel hombre".

-Se te representan los ojos burlones de Ena y no lo soportas.

-Me sentía, con esa vergüenza tan frecuente en la juventud, mal vestida, trascendiendo a lejía y a jabón de cocina. Junto al traje bien cortado de Ena y al perfume de su cabello.

-Sentimos contigo un fuerte olor a lejía y a jabón ordinario. Y olemos el perfume de Ena tan delicado. No deberías avergonzarte, sabemos tus esfuerzos por mantenerte limpia, con el frío de la ducha y del agua de la pila. 


-Ena me miraba. Me pareció un alivio el entrar en clase. Yo me sentaba en el último banco, a ella le reservaban un sitio sus amigos, en la primera fila. Durante la explicación del profesor, "estuve con la imaginación perdida". 

"Me juré que no mezclaría aquellos dos mundos que se empezaban a destacar tan claramente en mi vida". El ambiente de mis amistades de estudiante, con su fácil cordialidad. El ambiente "sucio y poco acogedor de mi casa"

Me pareció idiota mi deseo "de hablar de la música de Román, de la rojiza cabellera de Gloria, de mi pueril abuela vagando por la noche como un fantasma"Podía haberlo vestido con "hipótesis fantásticas en largas conversaciones"

-No, solo quedaba "la realidad miserable", la que Ena podría ver si le presentabas a Román. Imposible el romanticismo.



-Cuando terminó la clase, corrí a mi casa, huyendo de la mirada de Ena. Sin embargo, deseé encontrar a Román. Era una tentación "darle a entender que conocía el secreto de su celebridad y de su éxito en un tiempo pasado". Pero Román no estaba. Me decepcionó su ausencia, aunque no me extrañaba, solía desaparecer de vez en cuando. 

-Y Gloria te pareció más vulgar, Angustias más insoportable.

-No hubo manera de saber donde estaba hasta que apareció un atardecer. Yo estaba sola con la abuela y con Angustias, una tarde en que ésta me había pillado cuando me disponía a escaparme a la calle, andando de puntillas. Román volvía quemado por el sol, sucio y demacrado. Besó a la abuelita y se enfrentó a Angustias que clamaba"¡Quisiera yo saber dónde has estado!"

Él la miró a su vez, maligno. Ella que a ningún sitio bueno, que ya le habían puesto sobre aviso de sus andanzas, que su sentido moral deja mucho que desear. 

-Román se infla, se prepara para dar un golpe certero a su hermana Angustias. ¿Por qué se odian tanto estos hermanos? Vivieron una guerra civil fratricida.

-"¿Y si te dijera que tal vez en mis andanzas he logrado averiguar algo sobre el sentido moral de mi hermana?". Angustias se va poniendo colorada, se agita.

Al final, Román lo deja caer. Ha estado en un pueblo del Pirineo, ha ido a visitar a "una pobre señora...a la que su marido ha hecho encerrar en su casona lúgubre...".


-Supiste que hablaban de la mujer de don Jerónimo, el jefe de Angustias, en la oficina. La tía se defendía, "sabes que la pobre se ha vuelto loca y que antes de mandarla al manicomio él ha preferido..."

-Angustias gritaba dolorida, tanto que me dio pena, esta vez de verdad: "¿Qué eres capaz de insinuar?".

-No sé si creerte que te dio pena la tía Angustias, Andrea. Es patética y odiosa.

-"Había pasado días excitada con la perspectiva de hablar a mi tío, tantas noticias que yo creía interesantes y agradables para él me parecía guardar".

Román se puso a hablarme de los Pirineos, "aquellas magníficas arrugas de la tierra que se levantan entre nosotros-los españoles-y el resto de Europa..."


-Una muralla que iba más allá de las arrugas de la tierra, los españoles y los europeos no podíamos estar más separados cuando se escribe "Nada". La escritora dejó caer el dato geográfico...



-Pero aseguraba no poder amar la Naturaleza, haber perdido el gusto por lo colosal. Dijo algo misterioso: "El tic tac de mis relojes me despierta los sentidos más que el viento en los desfiladeros. Yo estoy cerrado..."

- Román dice "estar cerrado", solo atento a su tic tac. Vive dentro de él mismo, ocupado solo en manejar los hilos del piso de la calle Aribau, como un maligno titiritero, desde su habitación de arriba. Provoca, miente, busca hacer daño. ¿Es Román un enfermo mental? 




-No, no valía la pena hablar a Román de que una muchacha de mi edad conociera su talento, la fama no le interesaría, estaba voluntariamente cerrado "para todo halago externo".

Los seres de la calle de Aribau me sorprendían, el suceso más nimio tomaba el aspecto de tragedia. El día de Navidad me envolvieron en uno de sus escándalos, a pesar de apartarme de ellos lo más posible. Juré que no mezclaría los dos mundos, pero aquella vez la discusión tuvo sus raíces en mi amistad con Ena. Y  no tuve más remedio que empezar a ver a mi tío Román "bajo un aspecto desagradable en extremo".


-El pañuelo de encaje antiguo que regalaste a Ena provocó una verdadera tragedia. La abuelita te lo regaló el día de tu comunión y  lo guardabas como un tesoro en tu caja de lata. Quisiste corresponder con algo bonito a las atenciones de Ena. Porque tú no podías pagarte el café ni el tranvía. Hubo muchas voces aquel terrible día de Navidad. Angustias, Gloria, Juan, Román...Román tuvo la perversa idea de inventar que el pañuelo lo había robado Gloria, que la habían visto venderlo en una tienda de antigüedades.

Porque tú no querías mezclar a Ena ni a tus amigos con la casa de Aribau. Pero Ena tenía un hilo de conexión...Dices que Ena estaba "predestinada".


Callejea, sal con tus compañeros, huye, encontrarás la salida. 


-Nos tomaremos otro té y algo dulce. Le saluda el ente de ficción:

Andrea.

Un abrazo de María Ángeles Merino para entes de ficción y entes reales.

Las palabras en naranja están tomadas directamente de "Nada", Carmen Laforet, Austral, Destino, octubre 2012. 

5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Estos diálogos, entretejidos con la vida actual, dan cercanía a la novela. Andrea dialoga contigo como si dialogara con todos nosotros.

Ele Bergón dijo...

Qué escurridiza es esta Andrea.Se os escapa en la menor distracción.

En aquella época las fiebres iban y venían porque era la supervivencia de los fuertes.

Personaje este Román, tío de Andrea, capaz de tocar las más bellas melodías encendiendo grandes pasiones amorosas y a la vez realizar actos de una gran vileza en las personas que le quieren. Puede que fuera un psicópata. No me gusta.

El camino de Andrea con sus zapatos estropeados, le puede traer consecuencias de todo tipo, pero me agrada que ella prefiera la libertad del callejeo y así conseguir una bocanada de aire fresco que también se lo van a proporcionar sus amigos de la Universidad como son Ena Pons y los de la tertulia.

Espero la próxima conversación con tu fantasma.
Un abrazo

Luz

Myriam dijo...

Tanto que Andrea se juró no mezclar los ambientes, pero la realidad se le impuso con Ena visitando a Román y sí, como dice Luz, Román tenía sus buenos rasgos de psicópata, encantador de serpientes y triturador de almas.

Besos

DORCA´S LIBRARY dijo...

Puedo entender perfectamente la necesidad de Andrea de separar los dos mundos en los que vive alternativamente. La axfisiante atmósfera que se respira en la casa donde vive sólo puede incitar a una cosa: escapar.
Claro que luego se encontró con Ena, quizás una versión joven de la tia Angustias. Qué triste que haya personas que parecen tener como única meta en la vida, evitar que los que están cerca sean felices.
Me gusta como lo has contado.
No es de extrañar que Conchi no se diera cuenta de la llegada de Andrea. Por lo que sé de ella, es de las que en cuanto está rodeada de libros o de naturaleza, se pone a levitar, y no se entera de nada.
Un abrazo.

Paco Cuesta dijo...

Me parece muy oportuna la alusión a la conexión Ena, Madre, Román. Aclara muchas cosas.
Besos